Anclada en la falda de la sierra, el perfil de la villa de Candelario se funde con el paisaje hasta las nevadas cumbres. Clima singular y afán de sus moradores que cristalizaron en un afamado quehacer chacinero en un marco excepcional: la vivienda hecha fábrica, la casa matancera.
Desde las aplanadas cumbres del Calvitero o la Ceja se descuelgan las laderas que descienden hasta la textil ciudad de Béjar. A medio camino, en un suave promontorio que interrumpe tal descenso se localiza Candelario. Un apretado caserío aprovecha el exiguo terreno constructivo; sus casas se agrupan unas junto a otras, protegiéndose de unas condiciones climáticas rigurosas y a menudo adversas.
Apenas cuatro calles descienden por las pendientes, formando las vías principales de la localidad que tienen, como horizonte lejano, las cimas de la sierra. Éstas se acompañan de singulares canalizaciones de agua, conocidas como regaderas. Su murmullo arrulla siempre a paseantes y moradores en una imagen invariablemente recordada por el caminante. Su uso ancestral estaba ligado al riego y al traslado de las aguas desde las fuentes, manaderos y neveros de la sierra, para su uso en huertos y tareas cotidianas. Para descubrir las notables peculiaridades de la casa popular de Candelario, recomendamos al viajero que abandone su vehículo y se sitúe a la entrada del pueblo, junto a la ermita del Santo Cristo del Refugio y el crucero que la preside. Desde allí podrá elegir cualquiera de las calles que ascienden hasta coronar la villa, pudiendo encontrar, a su paso, excelentes ejemplos de tan singulares arquitecturas.
Algún lector habrá reconocido diferentes epítetos al hablar de la casa, a la que nos referimos como popular, tradicional o rural. Somos conscientes de ello y lo hacemos indistintamente, pues consideramos que es “popular” por ser de fábrica humilde, referida al origen y hábitat de sus moradores. Por “tradicional” entendemos que alude a la herencia y la querencia, lo de siempre, lo repetido, lo de toda la vida. Y “rural”, por su ubicación en un medio concreto, diferente al urbano, en el que la dedicación es siempre agroganadera. Permítasenos entonces que utilicemos tales adjetivos indistintamente, pues aunque diferentes en sus conceptos, aquí se complementan.
Muy pronto el paseante que se disponga a iniciar el ascenso por el entramado de las calles de Candelario que hemos recomendado percibirá que la vivienda se constituye en bloque, desarrollada en altura, en forma compacta; se trata de una unidad que reúne todas las dependencias necesarias para la vida y el trabajo de sus moradores. Lo que los interesados por estos temas determinamos como “la casa”.
Pero también descubrirá que dentro de una tipología de rasgos comunes, bien reconocibles, existen variedades y diferenciaciones relacionadas en la mayoría de las ocasiones con el nivel económico y, en el específico caso de esta localidad, con la especial dedicación de sus propietarios. Y es que como muchos ya sabrán, Candelario tuvo una histórica vocación chacinera propiciada por sus idóneas condiciones climáticas para la producción y el curado de los embutidos y chacinas.
De aquí que podamos hablar de la típica casa matancera, como una de las más peculiares de la localidad, no exclusiva de ella, pero muy frecuente en su época, ocupando gran parte de su caserío.
Le sugerimos que se acerque a la puerta de la ermita y gire su cabeza, dejando atrás las cumbres de la sierra. Tendrá enfrente uno de los ejemplos más llamativos de esas casas-factorías que le mencionamos. No todas eran tan amplias, adquiriendo mayor o menor desarrollo dependiendo del tamaño de su explotación. Pero acabemos ya tan amplia introducción y decidamos iniciar la andadura. Mientras tanto le contaremos interesantes peculiaridades de estas viviendas.
Uno de los elementos más curiosos y fácilmente reconocibles de la casa, que llega a singularizarla, es la batipuerta que protege su acceso desde el exterior. Con ese nombre nos referimos a la media puerta que antecede y protege a la propia de la vivienda. De madera y con un remate superior variable en su diseño parece reunir diferentes funciones, referidas a este interesado, por los más mayores del lugar, en el trabajo de campo llevado a cabo a lo largo de los años. Para unos defendía la casa de los rigores climáticos fundamentados en forma de las frecuentes nevadas que se acumulaban en calles y accesos. Para otros permitían el airear la vivienda sin temor a que entraran algunas ganaderías de las que merodeaban frecuentemente por las calles de la localidad. Por último, para muchos, formaban parte del quehacer cotidiano de la casa, permitiendo que desde el interior de la misma, desde el portal, el matarife, pudiera asestar a las reses el golpe definitivo que pusiera fin a su vida e iniciara el proceso de la matanza. De hecho, en algunas de ellas podrá ver una curiosa anilla de hierro y algún gancho, del mismo material por el que se hacía pasar la cuerda que sujetaba a la res, para tirar desde su interior y acercarla hasta la batipuerta, facilitando así el trabajo del sacrificio sin temor a golpes, cornadas o dentelladas.
El exterior de la casa aporta solidez en su visión a lo que ayuda el que se utilicen sillares de granito, perfectamente escuadrados en jambas y dinteles y otras partes nobles de la edificación, quedando el resto encalado en blanco. Suele desarrollarse en tres alturas, planta baja, primera planta y desván, pudiendo aparecer una tercera. En cualquier caso, la última presenta una balconada corrida a modo de solana.
Es frecuente percibir cierta simetría frontal, organizada por el acceso en forma de puerta central y dos ventanas enrejadas de la planta baja, balcón centrado en la primera, con ventanas laterales y el corredor o balconada superior. También es frecuente la aparición de paredes cubiertas de tejas que protegen los muros orientados al norte y al oeste de los embates de las tormentas y las precipitaciones. Se trata de los denominados “hostigos” y constituyen imagen frecuente y muy plástica que confiere singularidad a las edificaciones.
Tras la breve descripción exterior, refirámonos a su interior. La planta baja recoge un amplio portal al que se accede, tras cruzar la regadera, por la ya mencionada batipuerta. A él se abre una habitación, el “picadero”, donde se llevaba a cabo la matanza o mondongo y las labores de embutido de la chacina. El agua inmediata de las regaderas servía para las labores de limpieza de tal dedicación. Puede ser buen momento éste para mencionar que la matanza tradicional incluía el sacrificio del cerdo y el de una res, tras el que se mezclaban en distintas proporciones sus carnes con objeto de obtener la idónea calidad de los embutidos.
Todavía hoy es posible reconocer colgada de la viga central del picadero la antigua soga o la verga que sostenía el cadáver del animal para su despiece. Del portal puede partir un acceso al corral trasero, si lo hubiera, y siempre una empinada escalera que parte hacia el primer piso. Su factura es de madera, al igual que las tablazones del suelo y la estructura del edificio. La abundancia de tal material en las proximidades favorecía su uso, pudiendo optar por elegir grosores y tamaños adecuados para la viguería de las distintas partes del edificio.
En el primer piso se ubica la sala, espacio abierto a la fachada de la casa por un balcón central que le aporta iluminación y ventilación. Frecuentemente, dos alcobas interiores se abren a esta habitación, separadas de la misma tan sólo por una cortina, reuniendo como único ajuar una cama de madera o hierro. Desde esta planta surge otro tramo de escaleras que asciende hasta el segundo piso donde se ubica la cocina, que también puede ocupar la parte interior de la planta primera. Esta trascendental habitación, quizá la de uso más frecuente, suele ser amplia, dotada de hogar bajo y enlosado de piedra, con trashoguero, cenicero, entremijo, una cántara para el consumo de agua y algún vasar o sencilla alhacena o incluso una pequeña despensa.
Como peculiaridad comentaremos que no posee la tradicional chimenea de campana, presentando un techo o cubrición de rejilla o “sequero”, por el que el humo se escapaba directamente al “desván” donde el embutido alcanzaba excelente curación. En esa última planta se abre una solana y un complejo sistema de ventanas practicables que facilitaba, junto al sequero y humero, idónea aireación para el secado y conservación de los productos perecederos. El tejado nunca presentaba chimeneas, dado que el humo escapaba por entre las tejas o, a lo sumo, por una teja levantada o un cántaro roto. Esta imagen aún es perceptible al asomarse a alguno de los miradores que permiten obtener una imagen cenital de la localidad, percibiendo tan sólo la presencia, en las cubiertas, de chimeneas de nueva creación.
El desván, al tener que recoger el producto de la matanza, adquiere notable desarrollo en algunas edificaciones, pudiendo alcanzar dos o tres alturas en un interior diáfano dotado de un complejo sistema de varales de los que colgar la chacina hasta su retirada para la venta. Con esta estancia se completaría el desarrollo de la casa de Candelario que con pequeñas variaciones puede encontrarse, con idéntica estructura, en otros pueblos de esta comarca.